Sunday, November 27, 2005

Bendita Contraseña!

Recostado, adolorido, las pupilas de sus ojos tan dilatadas como si le abriesen las ventanas a es alma aprisionada, casi inconsciente, sus oídos sólo captan éstas palabras “Le midieron bien el aceite monito…”. Parpadea, sus pupilas se cierran como dos plomos cobrizos, encierran de nuevo su alma, esa súbita reacción de supervivencia del cuerpo que ya no siente pero que le permite al menos recordar lo sucedido. Cierra los ojos, había cumplido los 18 hace 3 días y ésta mañana tras una tortuosa espera en la Registraduría le habían puesto el sello a ese vulgar papel con nombre de documento de agente secreto: la contraseña. Alto, rubio, buen mozo, con la inocencia de aquel que pocas veces se ha afeitado, y la valentía del que tampoco se ha cortado. Era la noche de su debut en el mundo de los varones, la primera de las etapas que lo llevaría a la fama del dormitorio del undécimo grado del colegio militar. El ritual era bastante simple: le primera vez hay que ir sólo para poderla embarrar, la segunda acompañada de algunos compañeros veteranos diciendo que es la primera vez para que se sorprendan de su experiencia, la tercera -se sonrojaba de orgullo cuando la imaginaba- era cuando guiaba a ls primíparos durante su primera experiencia. Eran las 6 de la tarde anocheció de repente, la noche y la muerte siempre con su puntualidad escandalosa, un escalofrío delató su cobardía juvenil, y se levantó frenéticamente al oír al sargento que parecía gritarle: iba ya tarde para la clase de educación cívica nocturna. Fueron dos horas de espera interminables, durante las cuales hizo y deshizo su plan con el nerviosismo del que sabe que algo malo va a hacer y que ruega porque la clase dure un poco más para quitarle las ganas. “Hasta mañana muchachos” se despidió el profesor, pero sería más bien la contraseña que tanto estaba esperando nuestro ferviente adolescente que con la confianza del sonámbulo se dirigió casi sin darse cuenta a la casa de citas que le habían recomendado. Antes de entrar, revisó su billetera: contraseña y 30mil pesos, la tarjeta de crédito más la imagen del Divino Niño que frotó. Sus manos temblorosas no lograron encontrar de nuevo el bolsillo trasero de su pantalón, el viento frío amenazaba sus labios carcomidos, sus ojos fiebrosos ardían. Se plantó frente al guardia, un calvo de ojos verdes, cuyo cinturón apretado de hebilla monumental hacía aun más prominente su barriga y la pistola justo al lado del celular. Tardó una eternidad en encontrar la contraseña, la brasa cada vez más rojiza del guardia lo ponía nervioso. Entró y por un segundo sintió que su corazón latía de nuevo. De pronto ese regreso a la vida momentáneo fue una señal al cual su precipitación le quitó importancia. El guardia por su talkie-walkie con la frialdad del cazador que dejo pasar a su presa, sentenció “Un pelao con contraseña, yo veré...”.
No tuvo tiempo de pedir un aguardiente, ni de contagiarse de la sordidez de aquel antro, sus ojos quedaron envenenados por la suculenta morena que con su particular tumbao se dirigía a él. De su mente desapareció aquel meticuloso plan, la confianza anuló cualquier reflexión, la palidez de su rostro, su sonrisa temblorosa, un saludo entrecortado, había rendido sus armas tan rápido que no sintió ningún remordimiento. Labios carnosos sin estrenar, unos cabellos que parecían una noche interminable y agudizaban lo cobrizo de su piel, una mirada provocadora que sólo necesito mandarle al muchacho un dardo envenenado que intoxicaría ese alma impúber a través de esas dos pupilas embriagadas. Lo dejó tomarse una copita de aguardiente, él totalmente sedado no sintió el ardor habitual en su garganta. Parpadeó, exploró rápidamente el ambiente que lo rodeaba, se sintió incómodo, quería respirar. Sin embargo el efecto del antídoto se diluyó, cuando la prostituta le enseño por fin su prominente escote. Segundos antes quería respirar el aire fresco, así que inhalo fuertemente, sus pulmones le agradecerían por siempre ese momento de vida.
Vuelve a abrir un ojo, y con el rabillo del ojo divisa al bigotudo de bata blanca que algo intenta decirle. Sus oídos recobran la sensibilidad, “Nombre! Apellido! Un teléfono!”. No recuerda nada, el enfermero del San Juan de Dios pierde paciencia y sonriendo le pregunta “Oiga al menos le duele la puñalada que le pegaron o está todavía trabado por la burundanga?”. “Sí me duele cuando me río, hijueputa!”, respondió el muchacho acostado, moribundo, reuniendo las últimas gotas de su maltrecha energía para responderle a aquel altruista. “No se preocupe pelao, acabo de encontrar la contraseña en su billetera”.
Tuvo la suerte de tener bastante dinero en sus tarjetas de crédito, y que era un cliente potencial a estrenar próximamente su cédula de ciudadanía.
Una fama con fama?


Abre la puerta con doble tranca, el frío le recuerda que está en chanclas, la calle muda, sin alma, como contaminada por esa prístina neblina da la planicie cundinamarquesa. Sabe que es muy temprano todavía, los gallos de pelea del patio duermen aún y el canchoso de su perro apenas ha abierto sus ojos rojos y pichosos. Cierra la puerta, vuelve a la cocina, en efecto faltan 10 minutos para que sean las 4 y media, tiene tiempo de tomarse otro tinto con aguardiente, coger su bata blanca reluciente de los martes de mercado así como la bayetilla roja que empala en el carcomido palo de escoba. Se mira al espejo, acomoda el cuello de su bata, se ha arrancado ya demasiados dientes para sonreír, por lo que prefiere solamente bendecirse y echarle un poco más de aceite a la mecha con la cual ilumina al Señor. Acaba de pitar el camión que trae la res recién salida del matadero, los gallos se agitan, ya ladra el perro totalmente despierto, Mikis un carnicero corajudo, un portento físico que a los 13 años ya se echaba al hombro un ternero, ya abre la reja de su fama para comenzar la descarga. El frenesí de la calle se hace sentir, la neblina densa amplifica la luz de los focos de los cientos de camiones que llegan abarrotados de víveres, ya comienza la tienda de Doña Berta a recibir a los primeros campesinos, guaro y tamal para comenzar el día de la mejor manera.
La descarga ha terminado, toca afilar uno a uno los cuchillos, preparar la carne, ya ha clavado el hacha en el pedazo de tronco de un metro de alto, coloca la bandera roja a la entrada, son las 5h40, la neblina ha desaparecido y con las manos sangrientas en los bolsillos de su bata ya manchada espera a los primeros clientes. Nada más inquietante que la frescura de una fama con semejante personaje a la entrada, por eso ya ha llegado el lotero Don Muchilas, un cojo en muletas que se pone tres agujas de plata para sostener el medio metro que le sobra a la manga izquierda de su pantalón. Mikis sabe que el lotero le atrae clientela sin embargo menos mal que por la tarde viene la muchacha del colegio femenino al puestito de chance. Primer cliente, el sargento Amaya del colegio militar cuyo prócer epónimo ya no recuerdo: viene por los 10 litros de sangre de toro para sus muchachos de la clase de gimnasia. Nada mejor para la anemia le dice el sargento, Mikis alza los hombros como si nada y recibe los 10 mil pesos, el sargento quiere saber cual de los gallos peleará esta noche. Mikis señala al lotero distraído y murmura “Mucho sapo por aquí”. Amaya volverá después de clases a las 5 y media para preparar las apuestas.
Son las 7, las señoras se dirigen a misa, tiene una hora para desayunar antes de que comience la mejor hora de venta. Sopa de menudencias, chucula, pan blandito para hacer sopitas, desayuna con su esposa y sus dos hijos que ya se han despedido para ir al colegio. Se levanta, se lava las manos con detergente, varias voces lo llaman, llega corriendo pronunciando un “A la orden mis señoras”. Hasta medio día sólo tiene tiempo para el pan de yuca y la colombiana de medias nueves. Después de almuerzo vuelve a abrir a las 2 después de la novela o cuando la muchacha del chance le timbre a la puerta, todo depende si está dormido o no. Por la tarde ya calma la sed con varias ‘agrias’, la fama se transforma poco a poco en un hervidero de apostadores envalentonados por las buenas ventas de la plaza de mercado. Hacia las cinco atiende a los que serán sus dos últimos clientes, la fama está casi vacía y quedan menos de 3 kilos de chanchullo. La tienda de Doña Berta, se convierte cada vez más en una fonda, de campesinos alcohólicos que sólo esperan a que el carnicero se decida abrir la gallera que queda detrás del patio. Ya la reja está cerrada, no se venden más víveres en la calle, la tensión aumenta con el viento frío de las 6 y media de la tarde. Mikis ya se ducha, la noche se le vino encima y el tiempo apremia. Su esposa le indica que el sargento Amaya lo espera en la sala. Mikis se viste, quedan algunos coágulos de sangre en su mano, coge su pistola se vuelve a bendecir: le espera el ambiente sórdido de la gallera. Con el sargento cuadran las peleas de la noche, con los gallos que han sido trucados, no le queda de otra, las ventas de la jornada fueron demasiado buenas hay que apostarlas. Antes de salir por el patio trasero para abrir la gallera, le queda algo de conciencia para meterle 40mil pesos a su mujer en el bolsillo. Ella sabe lo que va a pasar y agradece con su mirada triste pero de mujer robusta, al fin y al cabo esposa de ese salvaje carnicero. Para ella cada martes es el día en el que todo puede cambiar para bien o para mal, es el día más agónico pero en el que más esperanzas deposita, algún día se cumplirá el milagrito de que su marido se responsabilice. Pero ya truenan las voces de los borrachos, suena la música de los carrileros que contrataron para esta noche, alza la mirada y reza por que su marido vuelva vivo. Los niños duermen los martes donde su madre, con el rosario en la mano se sienta a ver la telenovela.
Hacia la medianoche suena el primer tiro, un apostador alborotado ha matado a un gallo en plena pelea. Borracho y desesperado por haber apostado la casa, este hombre segundos antes de ser tiroteado mira a Mikis y al sargento Amaya, con la desolación del que apuesta sabiendo que va a perder. El sargento ya ha llamado a la policía, los músicos ya se dirigen a la whiskería de la esquina, un lenocinio de mala muerte donde acuden los sobrevivientes de la gallera. Mientras recogen al muerto, reparten las ganancias de las apuestas a los ganadores. A la salida las muchachas del femenino, contratadas por Mikis esperan a estos fervientes inversores de la mala vida. Amaya vuelve con Mikis a la sala recoge su mordida, pero el deber patrio lo obliga a volver al regimiento. Este último antes de acostarse se dirige a la imagen del Señor, cuya llama hacer brillar descaradamente esos ojos borrachos y extravagantes. Tercera bendición en el día, puede dormir en paz, anota en el cuaderno de ventas las ganancias del día: sonríe, cierra el cuaderno con el fajo de billetes por dentro, ya contará mañana el fruto de su honesto oficio.
Surtidora de atracadores

Con sus dedos grasientos coge el cuero tostado de la pechuga del pollo que ordenó, lo lleva sutilmente a su boca, sus ojos están concentrados en el televisor que presenta en éste preciso momento los últimos detalles del reinado de Cartagena. Casi mecánicamente se limpia la mano para que no se le resbale el vaso de Colombiana, y aprovecha para ponerse el auricular y sintonizar Planeta Fútbol de Antena3. La Surtidora de Aves está casi llena, ya hay gente presionándolo alrededor para que coma más rápido. Lo agobian. No importa, le quedan 3 presas todavía y no se quiere perder el final de los secretos en la televisión antes de salir de la pollería. Una mirada a la calle 39 para recordar que la noche anterior le robaron a dos cuadras de ahí los papeles, ya lo habían chalequeado dos veces éste mes sin embargo los malandros sólo se habían apoderado de su dinero. Bebe de nuevo y se estremece “Pueda ser que a la entrada del estadio no me pidan la libreta militar”, perderse el clásico contra Santa Fé sería la peor noticia. Ya el “Ciego” Carlos Antonio Vélez le anuncia la formación titular de su Millonarios, sólo le falta terminar el aguacate. A su mesa ya se han sentado 3 personas para guardar el puesto, lo miran con tantas ganas que el ambiente sería menos agresivo si utilizaran las palabras. Por fortuna el tuerto de la esquina al que le compró el aguacate se le olvido partirlo, no le queda de otra que meterlo en la bolsa plástica. Antes de salir se lava las manos, se mira al espejo, quiere peinarse antes de salir a la calle sin embargo también le robaron la peinilla que llevaba en el bolsillo trasero. Sale del local, y se pregunta por primera vez porque siempre entró a la surtidora de la izquierda y no al de la derecha. Pregunta inoportuna quizás estúpida, ya el tuerto de la esquina ha sacado su cuchillo que además de otras cosas más sórdidas sirve para cortar aguacates. Pasa rápidamente por el motel de al frente donde es recepcionista por la noches, pide a uno de los empleados travestis que le preste para el transmilenio y la boleta del estadio sin embargo sólo le presta 4000, los domingos no hay ni un alma. Maldice a los atracadores de ayer, le hacen falta 10000 para completar la boleta. El tiempo corre, por la radio ya están entrevistando a los jugadores y por nada del mundo se perdería la salida de los equipos. Pregunta al vigilante de los carros, que de noche es un reconocido atracador, un inquilino habitual de la Modelo. Es paisa, hincha de Nacional sin embargo si le fue bien en la noche pasada sin duda le fiará el dinero. Le pregunta, está apurado, el paisa le sonríe y el sol capitalino hace brillar sus dientes plateados. El bochorno se hace insoportable, el paisa recibe de un conductor una moneda de 500 pesos. Hinchas de Millonarios que ya se van al estadio parece decirle. Le da los 10000 pesos, y cuando ya iba rumbo al Transmilenio a la altura de la bomba de gasolina, el paisa le chifla. Sin esto no podrás ir ni entrar al estadio, hoy es clásico, le dice entregándole la libreta militar y la cédula. No le pregunta nada, es más ni se le pasa por la cabeza indagarlo, sonríe y sale corriendo hacia el transmilenio que ya va llegando. Se sube al bus, ya conoce al policía Bachiller que lo vigila, prefiere mirar al cerro de Monserrate, hoy no reza porque le vaya bien en el atraco, eso será para mañana lunes, en esta tarde dominical se echa la bendición para que su Millonarios gane: le fe de los atracadores. El bachiller lo vuelve a mirar…no lo reconocerá al día siguiente.