Sunday, November 27, 2005

Una fama con fama?


Abre la puerta con doble tranca, el frío le recuerda que está en chanclas, la calle muda, sin alma, como contaminada por esa prístina neblina da la planicie cundinamarquesa. Sabe que es muy temprano todavía, los gallos de pelea del patio duermen aún y el canchoso de su perro apenas ha abierto sus ojos rojos y pichosos. Cierra la puerta, vuelve a la cocina, en efecto faltan 10 minutos para que sean las 4 y media, tiene tiempo de tomarse otro tinto con aguardiente, coger su bata blanca reluciente de los martes de mercado así como la bayetilla roja que empala en el carcomido palo de escoba. Se mira al espejo, acomoda el cuello de su bata, se ha arrancado ya demasiados dientes para sonreír, por lo que prefiere solamente bendecirse y echarle un poco más de aceite a la mecha con la cual ilumina al Señor. Acaba de pitar el camión que trae la res recién salida del matadero, los gallos se agitan, ya ladra el perro totalmente despierto, Mikis un carnicero corajudo, un portento físico que a los 13 años ya se echaba al hombro un ternero, ya abre la reja de su fama para comenzar la descarga. El frenesí de la calle se hace sentir, la neblina densa amplifica la luz de los focos de los cientos de camiones que llegan abarrotados de víveres, ya comienza la tienda de Doña Berta a recibir a los primeros campesinos, guaro y tamal para comenzar el día de la mejor manera.
La descarga ha terminado, toca afilar uno a uno los cuchillos, preparar la carne, ya ha clavado el hacha en el pedazo de tronco de un metro de alto, coloca la bandera roja a la entrada, son las 5h40, la neblina ha desaparecido y con las manos sangrientas en los bolsillos de su bata ya manchada espera a los primeros clientes. Nada más inquietante que la frescura de una fama con semejante personaje a la entrada, por eso ya ha llegado el lotero Don Muchilas, un cojo en muletas que se pone tres agujas de plata para sostener el medio metro que le sobra a la manga izquierda de su pantalón. Mikis sabe que el lotero le atrae clientela sin embargo menos mal que por la tarde viene la muchacha del colegio femenino al puestito de chance. Primer cliente, el sargento Amaya del colegio militar cuyo prócer epónimo ya no recuerdo: viene por los 10 litros de sangre de toro para sus muchachos de la clase de gimnasia. Nada mejor para la anemia le dice el sargento, Mikis alza los hombros como si nada y recibe los 10 mil pesos, el sargento quiere saber cual de los gallos peleará esta noche. Mikis señala al lotero distraído y murmura “Mucho sapo por aquí”. Amaya volverá después de clases a las 5 y media para preparar las apuestas.
Son las 7, las señoras se dirigen a misa, tiene una hora para desayunar antes de que comience la mejor hora de venta. Sopa de menudencias, chucula, pan blandito para hacer sopitas, desayuna con su esposa y sus dos hijos que ya se han despedido para ir al colegio. Se levanta, se lava las manos con detergente, varias voces lo llaman, llega corriendo pronunciando un “A la orden mis señoras”. Hasta medio día sólo tiene tiempo para el pan de yuca y la colombiana de medias nueves. Después de almuerzo vuelve a abrir a las 2 después de la novela o cuando la muchacha del chance le timbre a la puerta, todo depende si está dormido o no. Por la tarde ya calma la sed con varias ‘agrias’, la fama se transforma poco a poco en un hervidero de apostadores envalentonados por las buenas ventas de la plaza de mercado. Hacia las cinco atiende a los que serán sus dos últimos clientes, la fama está casi vacía y quedan menos de 3 kilos de chanchullo. La tienda de Doña Berta, se convierte cada vez más en una fonda, de campesinos alcohólicos que sólo esperan a que el carnicero se decida abrir la gallera que queda detrás del patio. Ya la reja está cerrada, no se venden más víveres en la calle, la tensión aumenta con el viento frío de las 6 y media de la tarde. Mikis ya se ducha, la noche se le vino encima y el tiempo apremia. Su esposa le indica que el sargento Amaya lo espera en la sala. Mikis se viste, quedan algunos coágulos de sangre en su mano, coge su pistola se vuelve a bendecir: le espera el ambiente sórdido de la gallera. Con el sargento cuadran las peleas de la noche, con los gallos que han sido trucados, no le queda de otra, las ventas de la jornada fueron demasiado buenas hay que apostarlas. Antes de salir por el patio trasero para abrir la gallera, le queda algo de conciencia para meterle 40mil pesos a su mujer en el bolsillo. Ella sabe lo que va a pasar y agradece con su mirada triste pero de mujer robusta, al fin y al cabo esposa de ese salvaje carnicero. Para ella cada martes es el día en el que todo puede cambiar para bien o para mal, es el día más agónico pero en el que más esperanzas deposita, algún día se cumplirá el milagrito de que su marido se responsabilice. Pero ya truenan las voces de los borrachos, suena la música de los carrileros que contrataron para esta noche, alza la mirada y reza por que su marido vuelva vivo. Los niños duermen los martes donde su madre, con el rosario en la mano se sienta a ver la telenovela.
Hacia la medianoche suena el primer tiro, un apostador alborotado ha matado a un gallo en plena pelea. Borracho y desesperado por haber apostado la casa, este hombre segundos antes de ser tiroteado mira a Mikis y al sargento Amaya, con la desolación del que apuesta sabiendo que va a perder. El sargento ya ha llamado a la policía, los músicos ya se dirigen a la whiskería de la esquina, un lenocinio de mala muerte donde acuden los sobrevivientes de la gallera. Mientras recogen al muerto, reparten las ganancias de las apuestas a los ganadores. A la salida las muchachas del femenino, contratadas por Mikis esperan a estos fervientes inversores de la mala vida. Amaya vuelve con Mikis a la sala recoge su mordida, pero el deber patrio lo obliga a volver al regimiento. Este último antes de acostarse se dirige a la imagen del Señor, cuya llama hacer brillar descaradamente esos ojos borrachos y extravagantes. Tercera bendición en el día, puede dormir en paz, anota en el cuaderno de ventas las ganancias del día: sonríe, cierra el cuaderno con el fajo de billetes por dentro, ya contará mañana el fruto de su honesto oficio.

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